El libro de Santiago, aunque se encuentra casi al final del Nuevo Testamento, es considerado uno de los primeros escritos, cargado de sabiduría práctica. Tanto así que a menudo se le llama los “Proverbios del Nuevo Testamento”. En sus 108 versículos, Santiago nos insta a la acción más de 50 veces, y en el capítulo 1, versículos 19 al 27, nos presenta una verdad sencilla pero poderosa: “Simplemente hazlo”.
Esta idea nos remite a un famoso eslogan que marcó un hito en 1988: “Simplemente hazlo”. Esa frase, lanzada por una conocida marca deportiva con la imagen de un hombre de 80 años, Walt Stack, corriendo incansablemente, nos invita a la acción directa. La historia de Stack, un hombre que corrió 25 kilómetros diarios por más de 25 años sin importar el clima, y que respondía con humor a cómo lo hacía en invierno sin dientes: “Dejo mis dientes en la casa”, encapsula la esencia de este mensaje.
De igual manera, Santiago nos desafía a ser hacedores de la Palabra, no solo oidores. En un mundo donde enfrentamos desafíos tanto externos (pruebas diversas) como internos (tentaciones por nuestros propios deseos), el “simplemente hazlo” puede parecer difícil. Sin embargo, Santiago nos guía a comprender que la clave reside en la Palabra de Dios.
La Palabra como Centro de Nuestra Fe
Santiago conecta todos los versículos clave en nuestro pasaje a un elemento central: la Palabra.
- En Santiago 1:18 (RV1960) leemos: “Él de su voluntad nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.”
- Luego, en Santiago 1:21 (RV1960), nos dice que debemos recibir “con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”.
- Y finalmente, en Santiago 1:22 (RV1960) nos exhorta: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.”
Más adelante, en el versículo 25, se refiere a ella como “la perfecta ley, la ley de la libertad”. Claramente, la Palabra es el hilo conductor de su enseñanza.
Primero: ¡Sé Rápido para Oír la Palabra!
Santiago 1:19 (RV1960) nos dice: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. A menudo citamos la primera parte de este versículo como un consejo general para escuchar más y hablar menos, lo cual es sabio (Proverbios 29:20, Proverbios 17:28 RV1960). Sin embargo, Santiago lo está diciendo en el contexto de oír la Palabra de Dios.
Jesús mismo lo enfatizó: “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11:15 RV1960). Y Juan, en Apocalipsis, repite: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7 RV1960). La pregunta no es solo qué debemos oír, sino qué quiere Dios que oigamos, y la respuesta es su Palabra.
En tiempos de Santiago, solo un pequeño porcentaje de la población sabía leer, por lo que escuchar la Palabra era fundamental. Hoy, aunque la mayoría puede leer, el principio sigue siendo el mismo: debemos ser rápidos para llegar a la Palabra, sea leyéndola, escuchándola o estudiándola. Necesitamos tomar cada oportunidad para acercarnos a ella.
Pensemos en ese antojo irresistible. Cuando trabajaba de noche en un hospital en Estados Unidos y llegaba el verano, no dudaba en aprovechar la “hora feliz” de la limonada de cereza con ese hielo especial. ¡Lo hacía con ganas! Así debemos ser con la Palabra: con avidez, con deseo, especialmente en los momentos difíciles. En momentos de prueba o tentación, ¿qué necesitamos? Oír la Palabra. Aunque a veces, en esos instantes, es cuando menos queremos escucharla.
Cuando alguien nos ofrece una palabra de ánimo basada en la Biblia, no debemos verlo como un ataque, sino como una ayuda que necesitamos. Debemos ser rápidos para recibirla, incluso cuando no concuerda con lo que sentimos.
Segundo: Lentos para Hablar y Lentos para la Ira
Los tres puntos —pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse— están intrínsecamente conectados. Nuestra tendencia natural es la inversa: rápidos para hablar, lentos para oír y rápidos para la ira. Pero al aprender a ser rápidos para oír, esto nos ayuda a poner freno a nuestra lengua. Santiago profundizará en esto en el capítulo 3, donde habla de la lengua y su poder. Como John MacArthur dijo, si la lengua no es controlada por Dios, es una señal de que el corazón tampoco lo está.
La ira humana a menudo nos lleva a pecar. Santiago 1:20 (RV1960) lo aclara: “Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. Cuando la ira nos domina, no logramos nada para la gloria de Dios. Aprender a escuchar primero, a frenar nuestra boca y, por ende, nuestra ira, nos permite responder con entendimiento en lugar de reaccionar impulsivamente.
Desecha lo Viejo y Recibe la Palabra Implantada
Después de oír, Santiago nos invita a desechar y recibir. Imagina salir de un lugar sucio, como después de un viaje misionero con trabajo de construcción, y llegar a la ducha. Una vez limpio, ¿volverías a ponerte la ropa sucia? ¡Claro que no! Buscarías ropa nueva y fresca. Es como cambiar las sábanas de la cama: nadie se mete sudado en sábanas limpias; uno se baña para disfrutar su frescura.
Santiago 1:21 (RV1960) nos dice: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.” Pedro, en 1 Pedro 1:22-2:2 (RV1960), complementa esta idea: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad… amáos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre… Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación.”
Si hemos nacido de nuevo por la Palabra, debemos desechar todo lo sucio del pasado, todo el pecado, y permitir que la Palabra, que ha sido “implantada” en nosotros, nos transforme. No se trata de implantaciones físicas, sino de la Palabra viva actuando en nuestro interior.
¡Sé un Hacedor, No Solo un Oidor Olvidadizo!
Pero Santiago no se detiene en oír. El corazón de su mensaje es “simplemente hazlo”. No es suficiente solo escuchar la Palabra, leerla o meditar en ella. Debemos aplicarla, ponerla en práctica. Un verdadero nuevo nacimiento implica no solo aceptar la Palabra, sino también vivirla.
Santiago nos advierte contra ser un “oidor olvidadizo” (Santiago 1:23-24 RV1960): “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural; porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.” Es como ir a tu restaurante favorito, leer el menú, emocionarte con las opciones, pero luego levantarte y marcharte sin haber comido nada. ¿De qué sirve conocer la carta si no disfrutas la comida? La Palabra se disfruta al hacerla.
Imagina ser el encargado de mi empresa por seis meses mientras yo viajo. Cada semana te envío instrucciones detalladas por carta. Al volver, encuentro un desastre: el edificio sucio, la oficina hecha un caos, la gente jugando en vez de trabajar. Al preguntar si recibiste mis cartas, me respondes: “¡Claro que sí! Las leímos, las estudiamos, las discutimos, ¡hasta las memorizamos!” ¿Pero qué hicieron con ellas? En el mundo profesional, eso sería inaceptable. ¡Cuánto más en nuestra fe!
No nos engañemos a nosotros mismos pensando que solo oír la Palabra es suficiente. Como Santiago 1:25 (RV1960) dice: “Más el que mira atentamente en la perfecta ley, la ley de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” Así como Frodo en El Señor de los Anillos se inclinaba para ver mejor en el “espejo de Galadriel”, nosotros debemos mirar atentamente la Palabra, para obtener la mejor perspectiva y aplicarla. Si lo hacemos, todo lo que emprendamos prosperará (Salmo 1:1-3 RV1960).
La Religión Pura: Más Allá de la Actividad Religiosa
Santiago va más allá de un “hacer sin pensar”. Nos muestra cómo practicar una fe genuina. En Santiago 1:26-27 (RV1960), explica que la religión vana es aquella donde la lengua no es refrenada: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana.” La lengua, aunque pequeña, revela lo que hay en nuestro corazón. Si la lengua no está controlada por Dios, tampoco lo está el corazón.
Por otro lado, la religión pura y sin mancha es la que importa a Dios Padre. Santiago la define así: “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27 RV1960). Esto implica ensuciarse las manos, involucrarse con aquellos que son los más olvidados y vulnerables, los que más gastan recursos y no tienen quien los cuide.
Dios siempre ha llamado a su pueblo a practicar la justicia y la misericordia, pero a menudo no lo hacían. Juan en 1 Juan 3:17-18 (RV1960) nos reta: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” Jesús mismo confrontó a los fariseos en Mateo 15, porque invalidaban el mandamiento de honrar a padre y madre por sus tradiciones.
Guardarse sin mancha del mundo no significa una perfección sin pecado, sino una actitud de odio hacia nuestras propias imperfecciones y el deseo de arrepentirnos y cambiar. Como dice Santiago 4:4 (RV1960): “la amistad del mundo es enemistad contra Dios”.
El profeta Zacarías en el Antiguo Testamento (Zacarías 7:5-10 RV1960) confrontó al pueblo de su tiempo, que ayunaba y lamentaba sin verdadera justicia o compasión. Dios les advirtió: “Juzguen con verdadera justicia; muestren amor y compasión los unos por los otros; no opriman a las viudas ni a los huérfanos ni a los extranjeros ni a los pobres; ni maquinen el mal en su corazón los unos contra los otros.” Pero ellos se negaron a oír, tapándose los oídos y endureciendo su corazón, lo que llevó a su cautiverio.
Conclusión: Una Práctica con Propósito
La clave está en ser rápidos para escuchar la Palabra, aprovechando cada oportunidad que Dios nos da para acercarnos a ella. Al hacerlo, aprenderemos a ser lentos para hablar y lentos para la ira. Pero no nos contentemos solo con oír. Debemos ser hacedores de la Palabra, pero no un hacer sin mente, sino con propósito: amando la misericordia, practicando la justicia, visitando a los necesitados y guardándonos sin mancha de las cosas del mundo. Todo esto, por la gloria de Dios.
La próxima vez que pienses en “ser rápido para oír y lento para hablar”, deja que esto te impulse a volver a la Palabra. Escúchala rápidamente, intégrala en tu vida y ponla en práctica con un corazón compasivo y justo.
Autor: Peter Hudson