En el corazón del Evangelio de Marcos, encontramos un pasaje revelador en el capítulo 10, versículos 32 al 52. Este texto nos presenta un momento crucial en el viaje de Jesús hacia Jerusalén, un camino que inevitablemente lo conduciría a la cruz. El tema central que emerge con fuerza es la declaración del mismo Jesús: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir”.
Un Anuncio en el Camino (Marcos 10:32-34)
El relato nos sitúa en la ruta que asciende a Jerusalén. Para los peregrinos de aquel entonces, subir a esta ciudad representaba dirigirse al lugar más sagrado, el epicentro de la presencia divina manifestada en el Templo de Jehová. Este viaje, sin embargo, tenía un significado mucho más profundo para Jesús y sus discípulos.
Desde la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, donde reconoció a Jesús como el Cristo, el camino hacia Jerusalén era también el camino hacia la cruz. Lucas 18:31 lo confirma al decir: “se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre”. En medio de la multitud de peregrinos que se dirigían a la fiesta de la Pascua, Jesús revela, por tercera vez y con mayor detalle, el destino que le esperaba.
Este anuncio no solo hablaba de su pasión y muerte, sino que también incluía la gloriosa promesa de la resurrección al tercer día, la culminación de su obra redentora. En este contexto, la mención de la muerte del papa el 21 de abril de 2025 nos recuerda una verdad fundamental para cada ser humano, tal como Hebreos 9:27 declara: “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. La vida terrenal es finita, y el destino eterno es una realidad que debemos considerar.
Una Petición Terrenal en Medio de un Destino Celestial (Marcos 10:35-40)
A pesar de las claras palabras de Jesús sobre su inminente sufrimiento y muerte, la idea de un reino mesiánico terrenal seguía firmemente arraigada en la mente de los discípulos. Jacobo y Juan, acompañados según Mateo 20:20 por su madre, se acercan a Jesús con una petición sorprendente. Lo llaman Maestro y le piden un favor especial.
Su concepción de la gloria estaba ligada a la instauración de un reino terrenal y eterno, donde Israel ocuparía un lugar central y Jerusalén sería la capital desde donde se administrarían justicia y paz a todo el mundo. Incluso después de la resurrección, su pregunta sobre el restablecimiento del reino en ese tiempo revela la persistencia de esta idea.
En este contexto, su petición de ocupar los lugares de mayor honor, a la derecha e izquierda del Rey, se vuelve aún más contrastante con las palabras de Jesús sobre el escarnio, el maltrato, los azotes y la muerte que le esperaban. Mientras Jesús hablaba de humillación, ellos pensaban en posiciones de privilegio y admiración.
La respuesta de Jesús, “¿Qué queréis que os haga?”, revela una profunda comprensión de la desconexión entre sus expectativas y la realidad de su misión. Con la pregunta sobre la copa que él bebería y el bautismo con el que sería bautizado – símbolos de la ira de Dios por el pecado de la humanidad que él cargaría hasta la muerte y la humillación absoluta (Filipenses 2:6-8) – Jesús confronta su falta de entendimiento.
Su respuesta afirmativa, “Podemos”, aunque llena de determinación en ese momento, contrastaría con su huida durante la pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, la promesa de Jesús de que ellos también participarían de su copa y su bautismo se cumpliría más tarde, después de recibir el Espíritu Santo (Hechos 1:8), cuando enfrentarían sufrimientos reales por causa del evangelio. La historia de Jacobo, asesinado en Hechos 12, y las tribulaciones de Juan, incluyendo arrestos, maltratos y el destierro a Patmos donde recibió el Apocalipsis, dan testimonio de esta realidad.
Finalmente, Jesús les aclara que el otorgar lugares de privilegio no le corresponde a él. Su misión primordial era pagar el precio de la redención del pecado, como Pedro lo explica en 1 Pedro 1:18-19: “fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… con la sangre preciosa de Cristo”. Para los creyentes, la perspectiva no debe centrarse en buscar privilegios terrenales, sino en servir con amor, incluso enfrentando vituperios por causa de Cristo.
Una Corrección Necesaria (Marcos 10:41-45)
La ambición de Jacobo y Juan no pasó desapercibida por los otros diez discípulos, quienes también albergaban deseos similares. Este enojo revela una verdad incómoda: la ambición carnal disfrazada de espiritualidad es dañina dentro de la comunidad cristiana. Buscar servir a otros con la motivación de obtener reconocimiento personal lleva inevitablemente a afectar y atropellar las vidas de quienes nos rodean para alcanzar nuestros propios propósitos, tal como lo ilustra la actitud de Diótrefes en 3 Juan 9, a quien le gustaba tener el primer lugar y se convirtió en un obstáculo en la iglesia.
Jesús, consciente de esta dinámica destructiva, los llama para reflexionar sobre la diferencia fundamental entre la manera de reinar en este mundo y la del Reino de Dios. Utiliza las palabras “enseñorearse” y “dominar” para describir cómo los gobernantes terrenales ejercen su poder. Esta no es la forma en que el Reino de Dios se establece, donde la humildad es la moneda de cambio y el servicio la insignia de la grandeza (1 Pedro 5:5).
Con claridad, Jesús establece un principio transformador: “Entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será siervo de todos” (Marcos 10:43-44). La grandeza en el Reino de Dios se mide por la disposición a servir, y va aún más allá, hasta la disposición de ser esclavo. El mayor título de honor al que podemos aspirar en el reino de Dios es el de siervos, negándonos a nosotros mismos y sirviendo con amor a los demás. El apóstol Pablo es un ejemplo paradigmático de esta verdad, identificándose a sí mismo como “esclavo de Jesucristo”.
Finalmente, Jesús revela la esencia de su propia misión: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Este versículo encapsula la humildad y el sacrificio supremo de Jesús. Como se describe en Filipenses 2:5-8, siendo Dios, tomó forma de siervo, viniendo al mundo en obediencia absoluta al Padre. Este acto de gracia es el fundamento de nuestra salvación, ligada inseparablemente a la muerte del Salvador en la cruz. Sin la muerte de Cristo, no hay redención. La muerte del Mesías es el cumplimiento del plan de redención prometido en el Antiguo Testamento, y ahora, como se declara en Hechos 17:30, Dios manda a todos los hombres que se arrepientan.
En conclusión, el pasaje de Marcos 10:32-52 nos desafía a reconsiderar nuestra concepción de la grandeza y el liderazgo. El ejemplo de Jesús nos muestra que la verdadera grandeza radica en el servicio humilde y desinteresado. Su vida y su muerte son el modelo supremo de este principio, un llamado radical a seguir sus pasos, negándonos a nosotros mismos y sirviendo a los demás con el mismo amor con el que él nos amó.
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