Continuando nuestra reflexión sobre la carta a los Hebreos (9:23-28), recordamos que Jesús es el mediador de un pacto superior al antiguo, un pacto que nos asegura una herencia eterna como llamados por Dios. El autor nos guía ahora a comprender la profundidad y superioridad de la obra de Cristo, especialmente en contraste con los rituales del antiguo pacto.
El Antiguo Pacto: Una Sombra Necesaria
El autor de Hebreos nos explica algo fundamental: incluso bajo el primer pacto, la expiación por el pecado requería el derramamiento de sangre, es decir, la muerte. Este antiguo pacto, con sus rituales y sacrificios, funcionaba como un tipo, una sombra que apuntaba hacia algo mucho más grande y efectivo: el sacrificio de Cristo.
El Tabernáculo Terrenal y el Celestial
De manera similar, el tabernáculo terrenal, el lugar central de adoración y sacrificio, era una copia o figura de la realidad celestial. Cuando Jesús ofreció Su sacrificio, no lo hizo para limpiar esta copia terrenal, sino que con Su propia sangre preparó y purificó las cosas celestiales mismas (Hebreos 9:23-24 RV1960). ¿Qué significa esto? En esencia, Su sacrificio nos abrió el camino, llevándonos directamente a la presencia misma de Dios.
El autor resume aquí discusiones previas sobre los diversos rituales (inauguración del pacto, consagración, purificación, expiación) para resaltar lo superior que es el sacrificio de Cristo. Al mirar la eficacia limitada de los ritos antiguos, comprendemos que su verdadera importancia radicaba en señalar hacia adelante, hacia la obra perfecta de Jesús.
[La obra del Mesías en el Santuario Celestial | Heb 9: 23 -28 | 20/04/2025
Purificación: Del Santuario a la Conciencia
Se menciona la necesidad de purificar incluso las cosas celestiales (Hebreos 9:23 RV1960), lo cual puede sonar desconcertante. Una clave la encontramos en el Día de la Expiación del Antiguo Testamento. En ese día, el sumo sacerdote purificaba el Lugar Santísimo debido a la contaminación causada por los pecados de Israel. Como leemos en Levítico:
“Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas.” (Levítico 16:16 RV1960)
El pecado del pueblo no solo afectaba sus conciencias, sino que también “contaminaba” el lugar de la presencia de Dios, amenazando esa comunión. La visión de Ezequiel donde la gloria de Dios abandona el templo (Ezequiel 8-10) ilustra esta terrible consecuencia.
Así, el sacrificio de Cristo logra una doble purificación que los rituales antiguos solo podían prefigurar: purifica tanto el santuario celestial (el ámbito de la presencia de Dios) como nuestra conciencia culpable. El pecado humano tiene un efecto subjetivo (culpa en nosotros) y uno objetivo (ofensa contra la santidad de Dios que provoca Su justa ira). El sacrificio de Jesús revierte ambos aspectos.
Un Sacrificio Superior: Una Vez y Para Siempre
La superioridad del sacrificio de Cristo se ve claramente en varios aspectos cruciales mencionados en Hebreos 9:23-28.
Un Santuario Superior y una Representación Perfecta
Primero, el sacrificio de Cristo fue ofrecido en un santuario superior: el cielo mismo, la verdadera presencia de Dios, no una simple copia terrenal (Hebreos 9:24 RV1960). El tabernáculo terrenal era una imitación; Cristo entró en el original.
Allí, Él se presenta “por nosotros ante Dios”. No necesita ofrecerse continuamente, sino que se presenta como nuestro representante, basándose en la obra ya completada en la cruz. Desde esa posición, Él intercede eficazmente por Su pueblo, como un abogado defensor perfecto. Como dice el apóstol Juan:
“…y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”(1 Juan 2:1b-2 RV1960)
Al igual que el sumo sacerdote terrenal llevaba los nombres de las tribus de Israel ante Dios (Éxodo 28), Cristo nos representa perfectamente ante el Padre, aplicando los beneficios de Su sacrificio suficiente.
Una Ofrenda Única vs. Sacrificios Repetidos
Segundo, la inferioridad de los sacrificios del antiguo pacto se demostraba en su necesaria repetición (Hebreos 9:25 RV1960; cf. Hebreos 7:27 RV1960). El ritual del Día de la Expiación, por ejemplo, debía realizarse año tras año. Esta repetición constante era una señal inherente de que esos sacrificios no podían quitar el pecado de forma definitiva (cf. Hebreos 10:2 RV1960). Además, se ofrecían con “sangre ajena”, la sangre de animales (Hebreos 9:25 RV1960), como se describe en Levítico:
“Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre. Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio.” (Levítico 16:14-15 RV1960)
En contraste radical, Jesús, mediante Su único sacrificio – Su propia muerte – quitó el pecado de una vez para siempre (Hebreos 9:26 RV1960). El autor usa un argumento casi al absurdo: si el sacrificio de Cristo no fuera eternamente eficaz, ¡tendría que haber sufrido y muerto repetidamente desde la fundación del mundo! (Hebreos 9:26 RV1960). Esto se basa en la enseñanza cristiana fundamental de que Su muerte en la cruz fue Su ofrenda sacrificial, presentada en el cielo y con efecto eterno.
La venida y el sacrificio de Cristo son el punto culminante de la historia (cf. Hebreos 1:2 RV1960), una obra realizada una vez para siempre y completamente eficaz para perfeccionar a los santificados (cf. Hebreos 10:14 RV1960).
Nuestro Destino y la Obra de Cristo
El autor establece una comparación poderosa entre el destino humano universal y la obra única de Cristo (Hebreos 9:27-28 RV1960).
Muerte y Juicio: La Realidad Humana
Está establecido para todos los seres humanos que mueran una sola vez, y después de esto enfrenten el juicio (Hebreos 9:27 RV1960). No hay segundas oportunidades ni reencarnaciones; nuestra vida terrenal tiene una finalidad. Vivimos nuestra vida ante nuestro Creador, y la muerte nos lleva a un encuentro con Él como Juez, quien evaluará nuestra vida y determinará nuestro destino eterno. La expectativa del juicio después de la muerte era común, y aunque a menudo se asociaba con el fin de los tiempos, el Nuevo Testamento vincula este juicio directamente con la persona de Jesucristo.
Muerte Única, Salvación Eterna: La Obra de Cristo
La otra parte de la comparación resalta la obra de Cristo (Hebreos 9:28 RV1960). Así como morimos una sola vez, la muerte sacrificial de Cristo fue también un evento único e irrepetible. Su muerte singular eliminó el pecado para siempre.
Por lo tanto, aunque la segunda venida de Cristo es una certeza explícita en este pasaje, Él no vendrá de nuevo para ofrecerse en sacrificio o para “llevar el pecado”. ¡Esa obra ya está completa! La pena por el pecado ha sido totalmente pagada.
En cambio, cuando Jesús aparezca por segunda vez, será para traer la salvación final y completa a aquellos que le esperan con anhelo (Hebreos 9:28 RV1960). Esta “salvación” se refiere a la liberación escatológica final, cuando los creyentes, ya limpios y perdonados, disfrutarán plenamente de la nueva creación (cf. Hebreos 11:10, 13-16; 12:22; 13:14 RV1960).
La muerte de Jesús fue única no solo por ser irrepetible, sino porque fue una ofrenda sacrificial por otros. El autor hace eco de Isaías, señalando cómo el Siervo Sufriente llevó el pecado de muchos:
“Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él lleva llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (Isaías 53:12 RV1960)
El carácter sustitutivo del sacrificio del Siervo es evidente en Isaías 53. El autor de Hebreos sugiere que el propio Antiguo Testamento anticipaba que este sufrimiento anularía la necesidad de los sacrificios levíticos, ya que el Siervo cargaría con todos los pecados de una vez por todas.
Las Bendiciones del Sacrificio Perfecto de Cristo
Queda claro que el sacrificio de Cristo es inmensamente superior a los del antiguo pacto. ¿Qué beneficios concretos nos trae esta obra perfecta?
1. Acceso a la Presencia de Dios: Su sacrificio nos abre la puerta a la comunión íntima con Dios. La esencia de la vida cristiana es disfrutar de Dios, y esta relación es posible gracias a Cristo.
2. Resolución Definitiva del Pecado: El problema del pecado ha sido tratado de manera decisiva y final por el sacrificio incomparable de Jesús. No tenemos que dudar del perdón de nuestros pecados; Su sacrificio no necesita repetirse porque expió completamente nuestra culpa.
3. Confianza ante la Muerte y el Juicio: Como creyentes, no tenemos por qué temer la muerte ni el juicio venidero. Podemos enfrentarlos con esperanza y confianza, sabiendo que Jesús, nuestro abogado y sacrificio perfecto, volverá para traernos la salvación final y completa.
En Jesucristo, Dios mismo intervino para poner todas las cosas en orden a través de Su muerte, resurrección y entronización en el santuario celestial. Su obra es completa, suficiente y eterna.
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