Hoy vamos a sumergirnos en una historia muy conocida del Evangelio de Marcos, capítulo 10, versículos 13 al 31. Es la historia del llamado “joven rico”, pero también incluye un momento tierno y revelador con unos niños. Acompáñame a desentrañar las lecciones profundas que Jesús nos dejó en este pasaje.
Un Paréntesis Lleno de Ternura: La Fe Como la de un Niño (Marcos 10:13-16)
Justo después de una enseñanza importante sobre el diseño original de Dios para el matrimonio (volviendo a la idea de ser “uno solo”, más allá de las interpretaciones de la época), la escena cambia. Nos cuenta Marcos que le traían niños a Jesús. ¿Para qué? El evangelio de Mateo (19:13) aclara que era para que pusiera sus manos sobre ellos y orara.
Pero, ¡sorpresa! Los discípulos, quizás un poco protectores del tiempo de su Maestro o sin entender del todo la lección anterior sobre quién era el mayor (donde Jesús usó a un niño como ejemplo), empezaron a reprender a quienes los traían.
Marcos 10:13 (RV1965): “Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban.”
La reacción de Jesús no se hizo esperar. Al ver esto, se molestó, se indignó. Quizás fue por la falta de comprensión de sus propios discípulos, o tal vez por esa actitud cultural de menospreciar a los pequeños.
Marcos 10:14 (RV1965): “Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.”
Jesús es claro: ¡dejen que los niños se acerquen! No les pongan trabas. Esto no significa que los niños sean automáticamente salvos por ser niños, sino que su fe, cuando la tienen, es el modelo. Es genuina, sin complicaciones. Y nos da la clave:
Marcos 10:15 (RV1965): “De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.”
La entrada al Reino es por fe, una fe sencilla y confiada como la de un niño, puesta únicamente en Jesús. Los padres que presentaban a sus hijos a Jesús estaban demostrando precisamente esa fe.
Del Cumplimiento de la Ley al Llamado del Evangelio (Marcos 10:17-22)
Continuando su viaje hacia Jerusalén, que era su meta final, Jesús se encuentra con alguien inesperado. Un joven, descrito como principal (probablemente con autoridad o posición) y rico, se acerca corriendo. En la mentalidad de la época, especialmente entre los fariseos, la riqueza podía verse como una señal de bendición divina. Pero este joven, a pesar de tenerlo “todo”, sentía una profunda inquietud: ¿cómo alcanzar la vida eterna? Ojo, no cómo obtenerla como un regalo, sino cómo ganársela.
Marcos 10:17 (RV1965): “Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”
Jesús, con sabiduría, lo guía primero hacia lo conocido: la Ley. Le recuerda los mandamientos que se resumen en amar a Dios y amar al prójimo.
Marcos 10:18-19 (RV1965): “Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.”
Jesús no le está dando la fórmula para ganar la salvación por obras. ¡Al contrario! La Ley es como un espejo: no nos limpia, pero nos muestra la suciedad, la dimensión de nuestro pecado. El joven, sin embargo, tenía una opinión muy alta de sí mismo:
Marcos 10:20 (RV1965): “Él entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.”
Aquí viene el momento crucial. Jesús lo mira, ¡y lo ama! Con un amor genuino, va directo al corazón del problema. Le muestra que la vida eterna no se basa en cumplir una lista, sino en una relación de fe y confianza total en Él. Le pide renunciar a aquello en lo que realmente confiaba (sus riquezas) y poner esa confianza en Jesús, no solo como un “Maestro bueno”, sino como Dios y Señor.
Marcos 10:21-22 (RV1965): “Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.”
La invitación era clara: cambiar la seguridad terrenal por la seguridad celestial, dejar de confiar en sí mismo y sus posesiones, y seguir a Jesús. Pero el precio le pareció demasiado alto. Se fue triste, aferrado a lo que tenía.
Aplicación para nosotros: ¿En qué estamos poniendo nuestra confianza? ¿En nuestros propios esfuerzos, logros, o posesiones? La llamada es la misma: rendir nuestra confianza propia, tomar nuestra cruz (negar nuestro yo) y seguir a Jesús como único Señor y Salvador. No se trata de hacer, sino de creer y seguir.
Una Mirada Honesta a las Riquezas y la Salvación (Marcos 10:23-27)
Viendo la reacción del joven, Jesús se vuelve a sus discípulos y les da una enseñanza que debió sonarles impactante:
Marcos 10:23 (RV1965): “Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!”
Los discípulos se asombran. ¿No eran las riquezas una señal de bendición? Jesús aclara un punto vital en el versículo 24: el problema no es tanto tener riquezas, sino confiar en ellas. ¡Qué diferencia tan grande!
Marcos 10:24 (RV1965): “Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!”
Luego usa una ilustración muy gráfica:
Marcos 10:25 (RV1965): “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.”
(El texto base menciona una interpretación del siglo XV sobre una puerta pequeña en Jerusalén llamada “la aguja” por donde apenas pasaban personas, no animales de carga. Sea cual sea la interpretación exacta, el punto es la imposibilidad humana).
Esto lleva a los discípulos a una pregunta lógica y angustiada: si para los “bendecidos” es tan difícil, entonces…
Marcos 10:26-27 (RV1965): “Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.”
¡He aquí la respuesta! La salvación no depende de nuestra capacidad, mérito o riqueza. Humanamente, es imposible salvarnos a nosotros mismos. La salvación es obra exclusiva de Dios, un regalo posible solo por Su poder y gracia, accesible cuando soltamos las cargas de las cosas en las que confiamos y amamos más que a Él.
La Paradoja del Reino: Los Últimos Serán Primeros (Marcos 10:28-31)
Pedro, siempre impulsivo y práctico, toma la palabra. Básicamente dice: “Oye, nosotros sí hemos dejado todo para seguirte, ¿qué hay para nosotros?”.
Marcos 10:28 (RV1965): “Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.”
Jesús no los regaña, sino que les da una promesa asombrosa. Afirma que cualquiera que haya dejado casas, familia o tierras por causa de Él y del evangelio, recibirá mucho más.
Marcos 10:29-30 (RV1965): “Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.”
Recibirán cien veces más en esta vida (una nueva familia en la fe, provisión, comunidad), aunque venga acompañado de persecuciones. ¡Jesús no endulza la realidad del discipulado! Y la recompensa final: la vida eterna en el mundo venidero.
Y cierra con una frase que invierte totalmente los valores del mundo (y los de los fariseos):
Marcos 10:31 (RV1965): “Pero muchos primeros serán postreros, y los postreros, primeros.”
Aquellos que parecen “primeros” a los ojos del mundo (como el joven rico, con sus posesiones y aparente rectitud) pueden terminar siendo “últimos” si su confianza no está en Cristo. Y aquellos que parecen “últimos” (como los discípulos, que lo dejaron todo) serán “primeros” por su fe y seguimiento a Jesús.
En Conclusión:
Esta conversación de Jesús, iniciada por la pregunta de un joven sincero pero auto-confiado, nos deja lecciones vitales. La religiosidad y el cumplimiento externo de la ley no son suficientes para heredar la vida eterna. La confianza en las riquezas o en nosotros mismos es un obstáculo insalvable. La entrada al Reino requiere una fe como la de un niño, una renuncia a nuestra autosuficiencia y un seguimiento total a Jesús, confiando solo en Él y en la obra que solo Dios puede hacer para salvarnos.
¿Dónde está puesta tu confianza hoy? ¿Estás tratando de ganar tu camino al cielo o has recibido el regalo de la vida eterna por fe en Jesús, dispuesto a seguirle cueste lo que cueste?