¿Qué Sucede Cuando No Hay Fruto? Una Mirada a la Parábola de la Viña
En el corazón de Jerusalén, dentro del Templo, Jesús compartió con sus oyentes una poderosa parábola. Aunque Marcos nos relata una, Mateo nos ofrece un panorama más amplio con tres parábolas pronunciadas en ese mismo momento crucial. El propósito de Jesús era claro: revelar el inmenso cuidado de Dios por Su pueblo, Israel, y las graves consecuencias que enfrentarían sus líderes religiosos por rechazar ese amor y a Sus enviados.
El Inmenso Cuidado de Dios por Su Viña
Imagina un viñedo, cuidadosamente plantado por un hombre, un padre de familia, o como Mateo lo describe, un propietario. Esta figura representa a Dios Padre, quien por mucho tiempo ha interactuado con la nación de Israel. Su cuidado fue meticuloso y completo:
- Protección y Provisión: Cercó la viña, la protegió de todo peligro y la dotó de todo lo necesario para cumplir su misión: llevar fruto para Su gloria. La limpió de enemigos y la cuidó con esmero.
- Preparación para el Fruto: Cavó un lagar, un tanque bajo el lagar donde se pisaban las uvas, con el propósito de que Israel diera fruto espiritual, un fruto abundante que pudiera ser contenido. Estaba plantada en un lugar fértil, cuidada y protegida.
- Vigilancia Constante: Edificó una torre en medio del viñedo, una torre de guardia para avisar de cualquier amenaza contra la propiedad y la viña.
Después de todo este cuidado, la arrendó a unos labradores y se fue lejos. El dueño de la viña, el Padre, confió su viña a estos labradores.
Este trato describe la relación de Dios con Israel. Así como se menciona en Isaías 5:1-7, Jesús trajo a colación este texto, señalando directamente a los líderes religiosos, las autoridades judías. Él les respondía quién lo había enviado y, de manera profética, les anunciaba que moriría a manos de ellos. Ellos eran, en esta parábola, los labradores a quienes el hombre de familia les arrendó la viña.
En nuestra vida, esta parábola nos habla directamente. Dios nos rescató del castigo por nuestro pecado. Él nos cuida y nos sustenta, mostrándonos Su gracia en cada circunstancia y peligro. Él espera que demos fruto de justicia, de alabanza, de honra y adoración, una dependencia total del dueño de nuestras vidas. Sin embargo, a menudo mostramos desprecio, nos creemos los dueños de nuestro propio destino, ignoramos Su gracia, menospreciamos Su Palabra y nos disgusta escuchar sobre obediencia o arrepentimiento. ¿No actuamos a veces igual que aquellos labradores?
Siervos Enviados a Buscar el Fruto
El dueño de la viña, esperando el fruto, envió siervos. La palabra “enviar” aquí es Apóstello, indicando una misión determinada. Un siervo, un esclavo, fue enviado a los labradores para recibir el fruto. En este contexto, Dios envió a Sus profetas para recibir fruto de justicia de parte de Israel.
Pero ¿qué hicieron los labradores? Tomaron a aquel siervo, le golpearon y lo enviaron con las manos vacías. Y esto no ocurrió una sola vez. Dios envió a varios siervos, una y otra vez. Los profetas eran enviados a Israel, pero los labradores no los recibían; los maltrataban y los rechazaban. Dios esperaba frutos de la misión que enviaba, esperaba fruto de la nación que había plantado y cuidado, pero esto se repitió constantemente.
Estas acciones reflejaban el verdadero carácter de los labradores. No solo se negaron a dar lo que debían, sino que ofendieron al dueño al azotar, maltratar y apalear a sus siervos repetidamente. Marcos 12:5 (RV1960) nos dice que el dueño envió a otro siervo, y lo mataron. Y a muchos otros los golpearon, azotaron e incluso los desollaron hasta morir. Jesús estaba acusando directamente a los líderes religiosos de la muerte de los profetas, tal como ya lo había dicho. Dios había enviado profeta tras profeta para que el pueblo pudiera volverse a Él, pero ellos siempre actuaban de la misma manera.
Como se describe en Hebreos 11:36-37 (RV1960): “otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de estos prisiones y cárceles, fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados”.
La historia se repite. En Juan 15:18-21 (RV1960), Jesús advierte: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece… Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán y 16:2 os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios”.
Hoy en día, el rechazo y el maltrato hacia quienes comunican el evangelio persisten en la historia de la Iglesia. Filipenses 1:29 (RV1960) nos dice: “porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no solo que creáis en él, sino también que padezcáis por él”. Ser rechazado por vivir una vida que honra a Dios es, a menudo, una consecuencia de vivir correctamente. ¿Te rechazan por vivir como cristiano? O, ¿vives como un incrédulo, sin evidencia de que eres un siervo de Dios, sino que criticas y acusas a quienes sí viven como cristianos? Estas son las dos caras de la misma moneda: personas de una misma nación, pero con corazones totalmente diferentes hacia Dios.
El Envío del Hijo Amado
El dueño de la viña, con una esperanza final, envió a su Hijo amado. No era solo uno de sus hijos, sino el único, el unigénito. El dueño expresó su último anhelo: “tendrán respeto o reverencia a mi Hijo”. Este fue el punto culminante de Su trato de gracia, pues al fin y al cabo, era el heredero único de la viña.
Gálatas 4:4 (RV1960) nos lo confirma: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo”. Este “enviar” es una palabra fuerte que implica “despachar”, una acción definitivamente consumada. Juan 1:14 (RV1960) nos revela: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Y Romanos 5:8 (RV1960) nos recuerda: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
En nuestra realidad, aunque no matamos a los profetas o al Hijo de Dios con nuestras propias manos, nuestros pecados son equivalentes a ello, pues Cristo tomó nuestro lugar. La gracia de Dios, Su regalo, fue enviar a Su Hijo para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna, un fruto de fe y de ser declarado justo. Dios ha enviado personas para hablarnos del evangelio. Podemos rechazarlo o aceptarlo. Pero lo más importante es que Dios ha enviado a Su propio Hijo para que reciba de nosotros la alabanza que Él merece. Dios nos ha cuidado para que des fruto, para que le aceptes, le creas, y para que entiendas que si rechazas al Hijo de Dios, habrá una consecuencia.
¿Qué Hará el Señor de la Viña? La Consecuencia de la Negación
Lo que el dueño esperaba de fruto no se dio. Los labradores, al reconocer que era el Hijo del dueño, hablaron entre sí y lo mataron. Pensaron que el Hijo venía a reclamar lo que ellos ya consideraban suyo, y no podían permitirlo.
Marcos 12:8 (RV1960) narra: “Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña”. La muerte no tomó a Jesús por sorpresa; Él sabía cómo moriría. Era la dura realidad de lo que los líderes religiosos harían. Marcos 12:9 (RV1960) plantea la pregunta crucial: “¿Qué, pues, hará el señor de la viña?” La respuesta es contundente:
“Vendrá, y destruirá a los labradores, y dará su viña a otros.“
El mismo dueño vendrá para destruir por completo a los malvados, y no quedará ninguno de ellos. Y entonces, dará la viña a otros. Este “otros” es la Iglesia, el pueblo que Dios ha escogido para que Su viña dé fruto. Romanos 11:20-21 (RV1960) hace una comparación poderosa: “Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme; porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará”. Nos habla de una rama injertada en el tronco de un árbol; aunque las ramas originales fueron desgajadas por incredulidad, nosotros, por la fe, estamos en pie. Por ello, no debemos ensoberbecernos, sino temer.
Dios te ha dado una vida para que des fruto de alabanza, para que honres al Señor. También te ha enviado siervos, personas que anuncian el evangelio, que te invitan a arrepentirte, a volverte al Señor. Recuerda que tu vida no te pertenece; estás aquí para dar fruto antes de que venga el dueño de la viña y, si no lo haces, no seas destruido por completo.
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