La atmósfera estaba cargada de expectativa. Los días previos a la Pascua judía eran un hervidero de actividad y fervor religioso, y en medio de todo, la figura de Jesús de Nazaret cobraba un protagonismo ineludible. Su camino hacia Jerusalén no fue uno más; estuvo marcado por señales divinas, anuncios proféticos cumplidos y una unción que preparaba el escenario para el evento cumbre de su ministerio terrenal.
La Llegada a Betania: Resurrección y un Costoso Perfume que Anunciaba Eventos Trascendentales
El viaje de Jesús hacia la ciudad santa tuvo una parada significativa en Betania, ubicada a escasos 3 kilómetros de Jerusalén. Este pequeño pueblo, al que llegó tras sanar al ciego Bartimeo en Jericó y recorrer unos 24 kilómetros, ya había sido testigo del poder extraordinario de Jesús. Fue aquí, en casa de sus amigos Marta y María, donde Jesús había resucitado a Lázaro, un milagro narrado en Juan 11 (RV1960).
Este acto de resurrección no pasó desapercibido. Las autoridades judías, al enterarse, tomaron una decisión fatal: “Así que, desde aquel día acordaron matarle” (Juan 11:53 RV1960). La tensión era palpable. Juan 11:55 (RV1960) nos cuenta que “Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua, para purificarse”. En medio de esta purificación ceremonial, la gente buscaba a Jesús y se preguntaban en el Templo: “¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?”. Los jefes de los sacerdotes y los fariseos, por su parte, habían emitido una orden clara: si alguien sabía dónde estaba Jesús, debía denunciarlo para su arresto.
Fue en este contexto, “Seis días antes de la pascua” –probablemente un sábado– “vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos” (Juan 12:1 RV1960). Se ofreció una cena en su honor, y en un acto de profunda devoción, “María entonces tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12:3 RV1960). El valor de este perfume era considerable, unos trescientos denarios, lo que equivaldría hoy a una suma muy importante (aproximadamente el salario de 300 días de trabajo).
La noticia de la presencia de Jesús y Lázaro se esparció rápidamente. Juan 12:9 (RV1960) relata: “Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos”. Esta atención renovada hacia Lázaro llevó a los jefes de los sacerdotes a tomar una decisión aún más siniestra: “consultaron también para matar a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús” (Juan 12:10-11 RV1960).
El aroma del nardo puro debió impregnar toda Betania, un reflejo de la vida consagrada de María. Ella no escatimó en el precio; dio lo mejor al Mesías. Este acto de unción, ocurrido el sábado, no solo fue una muestra de amor, sino también una preparación simbólica para la entrada de Jesús como Rey al día siguiente y, en última instancia, para su sepultura durante la Pascua. Mientras sus enemigos tramaban su muerte, la gente seguía a Jesús, impactada por la sanación de Bartimeo y la innegable resurrección de Lázaro. Estos eventos eran testimonios poderosos del obrar de Dios.
Reflexión personal: ¿Qué estás dispuesto a dar tú por el Mesías? ¿Cuáles son las razones por las que sigues a Jesús hoy? Sin duda, un ambiente de gran expectativa rodeaba cada movimiento del Señor.
Los Detalles Mesiánicos Preparan el Camino (Marcos 11:1-7)
La entrada de Jesús a Jerusalén no fue un acto improvisado; estuvo meticulosamente orquestada por la providencia divina, cumpliendo profecías antiguas con una precisión asombrosa.
Frente al Monte de los Olivos
El escenario mismo estaba cargado de significado. El Monte de los Olivos, situado al oriente de Jerusalén, fue el lugar desde donde el profeta Ezequiel, alrededor del 590 a.C., vio la gloria de Jehová abandonar el Templo: “Y la gloria de Jehová se elevó de en medio de la ciudad, y se puso sobre el monte que está al oriente de la ciudad” (Ezequiel 11:23 RV1960). Significativamente, este es el mismo monte donde, según la profecía de Zacarías dada alrededor del 520 a.C., Jesús pondrá sus pies en su segunda venida: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente” (Zacarías 14:4 RV1960). Desde este monte, Jesús observaba Jerusalén y lloraría por su incredulidad.
Los Preparativos y el Cumplimiento Profético
Jesús envió a dos de sus discípulos con instrucciones específicas para preparar su entrada. A la entrada de Betfagé, les dijo, “hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo” (Marcos 11:2 RV1960). Este detalle, que el asno no hubiera sido montado por nadie, era crucial. Este evento cumplía la profecía de Zacarías 9:9 (RV1960), dada unos 520 años antes: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. La entrada del Mesías fue, en efecto, el cumplimiento exacto de lo que había sido anunciado.
Incluso el momento de su entrada fue preciso, alineándose con la profecía de Daniel 9:25-26 (RV1960): “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas… Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías”. Jesús fue crucificado a las afueras de Jerusalén poco después de esta entrada triunfal como el Mesías.
La soberanía de Jesús se manifestó en los detalles. No solo anticipó dónde encontrarían el pollino, sino también la pregunta que les harían y la respuesta que debían dar: “Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? decid que el Señor lo necesita, y luego lo devolverá” (Marcos 11:3 RV1960). Tal como Jesús lo anticipó, su palabra se cumplió. Lucas 19:33 (RV1960) confirma que cuando desataban el pollino, sus dueños les preguntaron: “¿Por qué desatáis el pollino?”.
Reflexión personal: Es impresionante cómo no hay detalle profético que deje de cumplirse: los tiempos, los preparativos, los arreglos, los lugares, los elementos, las fechas y hasta las palabras. Solo el Señor puede hacer que las cosas complejas se desarrollen con tal sencillez. Jesús mismo usó la palabra “Kurios” (Señor) para indicar que Él es dueño de todo. ¿Hay algo en tu vida que te haga dudar del poder o la fidelidad de Dios? Debes estar seguro de que Dios cumple Su Palabra; no hay nada imposible para Él. Él es el Señor. ¿Estás dispuesto a ser obediente como lo fueron los discípulos?
La Entrada Triunfal: Un Rey Aclamado en Jerusalén (Marcos 11:8–11)
Lo que siguió fue una manifestación espontánea de reconocimiento y homenaje. “También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino” (Marcos 11:8 RV1960). Era, sin duda, una alfombra improvisada para un rey. La gente, impulsada por un fervor genuino, acompañó al Señor.
Se formaron dos grupos, como describe Marcos 11:9 (RV1960): “Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”. Este clamor, “Hosanna”, es una transliteración de una frase hebrea que significa “¡Sálvanos ahora!”, tomada del Salmo 118:25 (RV1960): “Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego”. Desde el Monte de los Olivos hasta la entrada de Jerusalén, la multitud invocaba protección y ayuda, entendiendo perfectamente el significado de sus palabras. Era una oración que encontraba su respuesta en la presencia misma del Mesías, Jesús. Si alguien aún albergaba dudas sobre quién era el Mesías, la reciente resurrección de Lázaro las había disipado: Jesús era el Mesías prometido. La salvación es, y siempre ha sido, de Jehová, pero se manifestaría de la manera que Jesús mismo había anunciado: entregando su vida en rescate sobre la cruz.
El clamor continuó: “¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Marcos 11:10 RV1960). Muchos esperaban un reino terrenal inmediato, la restauración del linaje davídico en un sentido político. Sin embargo, a menudo olvidaban la profunda conexión del Mesías con la paz, la humildad y, fundamentalmente, la salvación del pecado. Esta salvación solo podía lograrse quitando de en medio la barrera del pecado, tal como lo expresa Hebreos 9:26 (RV1960): “pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”.
Jesús entró a Jerusalén no para conquistar con ejércitos, sino para morir. Esa era la manera de salvar a su pueblo. Desde el cielo vino a salvar al pecador. “Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce” (Marcos 11:11 RV1960). Su primera acción fue observar, y luego, prepararse para los días cruciales que definirían la historia de la redención.
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