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La Esencia del Creyente: Sal y Luz para el Mundo

 

La Esencia del Creyente: Sal y Luz para el Mundo

Cuando la palabra “misiones” resuena en nuestra mente, solemos evocar imágenes de misioneros en tierras lejanas, quizás escenarios de persecución, o la figura icónica del apóstol Pablo. Es cierto que la misión implica predicar el evangelio, una definición acertada y fundamental. Sin embargo, en el corazón de esta gran comisión que el Señor nos ha encomendado, yacen dos pilares esenciales que atañen directamente a la vida de cada creyente.

Pensamos en el Gran Mandato de Mateo 28, que no solo nos impulsa a ir y predicar el evangelio, sino que también subraya una verdad ineludible: nuestra propia vida debe ser un reflejo vívido de ese evangelio. Mi deseo hoy es desafiarte, sí, “incomodarte” un poco, y a la vez animarte profundamente, para que tu existencia misma sea un testimonio elocuente de lo que eres en Cristo. No es una opción; es una necesidad imperante: debes mostrar el evangelio con tu vida.

Al reflexionar sobre nuestra identidad como hijos de Dios y cómo esto se manifiesta en nuestro andar diario, mi mente se dirige a un pasaje en el que Jesús describe precisamente qué significa ser un hijo de Dios. En este texto, que exploraremos con profundidad, Jesús nos revela dos aspectos cruciales de lo que representa un creyente en el mundo: ser Sal y Luz. Estos dos elementos, aunque interconectados, nos hablan de dos dimensiones fundamentales: nuestro carácter y nuestro testimonio.

El Carácter del Creyente: Sal de la Tierra

Jesús declaró con una claridad contundente: “Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya no sirve para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13 RV1960).

No es una Invitación, Es una Afirmación

Cuando Jesús afirma “USTEDES SON la sal de la tierra”, no nos está extendiendo una invitación opcional o sugiriendo lo que deberíamos ser. No nos dice: “Deberían esforzarse por ser sal”. Más bien, nos está declarando una verdad intrínseca y automática de nuestra identidad como creyentes. Si somos hijos de Dios, entonces somos sal. Esta es una declaración de lo que ya somos, no una meta a alcanzar.

Lamentablemente, muchos hemos malinterpretado este pasaje como una serie de sugerencias o consejos para no “descuidar nuestro andar diario”. Pero la realidad es mucho más profunda. Imagina a alguien que, siendo cabeza de su hogar, permite que sus hijos hagan lo que quieran sin dirección ni disciplina. Si nos acercamos a decirle: “Hermano, ¡tienes que ser la cabeza de tu hogar!”, estaríamos equivocados. Él ya es la cabeza; simplemente no se está comportando como tal. De la misma manera, Jesús no dice: “Tienes que ser sal”; Él dice: “Hermano, eres sal y luz”. El problema radica en que muchos sencillamente no se están comportando como lo que ya son: la sal de la tierra.

La Palabra de Dios nos describe claramente nuestra identidad. Como lo expresa 1 Tesalonicenses 5:5: “porque todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas”. Dios está afirmando: “Ustedes son hijos míos; ya no son como eran antes. Entiendan la identidad que yo les doy por medio de Jesús”.

¿Por Qué Sal? La Importancia de la Sal en las Escrituras

Quizás te preguntes: ¿Por qué “sal”? ¿Qué tiene que ver la sal con la identidad del creyente? ¿Qué hace la sal? ¿Acaso la sal da sabor a algo o resalta su sabor natural?

Efectivamente, como creyentes, debemos ser aquellos que dan sabor a la sociedad en la que vivimos. Sin embargo, con frecuencia observamos que la vida de muchos creyentes es monótona, insípida, carente de ese sabor distintivo. Parecen preocuparse únicamente por las rutinas diarias, sin una verdadera preocupación por su andar constante delante de Dios.

Para comprender la profunda importancia de la sal y por qué somos llamados “sal”, es fundamental que exploremos las Escrituras y entendamos el uso y el simbolismo de la sal en el Antiguo Testamento.

Levítico 2:13 RV1960 nos dice: “Además, toda ofrenda de cereal tuya sazonarás con sal, para que la sal del pacto de tu Dios no falte de tu ofrenda de cereal; con todas tus ofrendas ofrecerás sal.” En este contexto, el pueblo se preparaba para presentar ofrendas a Dios, y Él instruía cómo debían ser estas. Las ofrendas debían ser sazonadas con sal. Es crucial entender que la sal se utilizaba en aquellos tiempos para preservar los alimentos, evitando que se pudrieran rápidamente, ya que no existían neveras ni congeladores.

El versículo enfatiza: “…para que la sal del pacto”. Esto nos revela que la sal era utilizada para preservar, proteger y cuidar; es decir, para cuidar y preservar la ofrenda que se presentaba. Aquí vemos una conexión vital: la sal está directamente relacionada con el pacto, lo que a su vez simboliza la relación entre Dios y su pueblo.

Además, el texto continúa: “…no falte de tu ofrenda de cereal; con todas tus ofrendas ofrecerás sal”. La sal era usada por el pueblo para sazonar el sacrificio, no solo para que no se pudriera, sino también para limpiar el sacrificio que se iba a ofrecer. Así, empezamos a comprender una función primordial de la sal: limpia. Volviendo al texto de Jesús, cuando dice “Ustedes son la sal de la tierra”, está implicando: “Ustedes son limpios y están llamados a limpiar”.

Consideremos también Éxodo 30:34-35 RV1960: “Entonces el SEÑOR dijo a Moisés: Toma especias, estacte, uña aromática y gálbano, especias con incienso puro; que haya de cada una igual {peso.} Con ello harás incienso, un perfume, obra de perfumador, sazonado, puro {y} santo.” Aquí, Dios instruye a Moisés sobre la preparación del aceite de la unción, destinado para la Tienda de Reunión, el Arca del Testimonio, y sus utensilios. También se usaría para ungir a Aarón y a sus hijos, consagrándolos como sacerdotes. El verso 35 añade: “Con ello harás incienso, un perfume, obra de perfumador, sazonado, puro {y} santo.”

Esto nos enseña que:

Así, la sal no solo preserva y da sabor, sino que también purifica y limpia. Esto se ilustra vívidamente en 2 Reyes 2:19-22 RV1960: “Entonces los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, ahora el emplazamiento de esta ciudad es bueno, como mi señor ve, pero el agua es mala y la tierra estéril. Y él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned sal en ella. Y se {la} trajeron. Y él salió al manantial de las aguas, echó sal en él, y dijo: Así dice el SEÑOR: ‘He purificado estas aguas; de allí no saldrá más muerte ni esterilidad.’ Y las aguas han quedado purificadas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo.” Los líderes de Jericó acudieron a Eliseo, describiendo que, aunque la ciudad estaba bien ubicada, sus aguas eran malas y la tierra estéril, sin producción. Eliseo pidió una vasija nueva con sal, y la esparció sobre el manantial, declarando: “Así dice el SEÑOR: ‘He purificado estas aguas'”. Dios utilizó la sal para purificar las aguas, demostrando su poder para traer pureza donde había impureza y esterilidad.

Finalmente, Colosenses 4:6 RV1960 nos exhorta: “Anden sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada {como} con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona.” Pablo, en su despedida, insta a los creyentes a vivir sabiamente, sin desperdiciar el tiempo, y que su hablar sea siempre con gracia, “sazonada con sal”. Esto significa que nuestra forma de hablar debe ser buena, pura, no incorrecta, y la sal aquí se relaciona con la gracia divina.

¿Qué Implica Ser Sal?

Cuando Jesús dice “Ustedes son la sal de la tierra”, sus discípulos, muchos de ellos pescadores, entendían perfectamente la referencia. Usaban la sal para preservar el pescado y retrasar la putrefacción de la carne. En un sentido más profundo, Jesús quería decir que nosotros, al ser sal y al vivir nuestra vida de creyentes, somos un reflejo de lo que Dios ha hecho en nosotros.

Cuando somos “salados”, esto nos identifica con el pueblo de Dios. Somos:

Así, la sal es un componente vital de nuestro carácter en Cristo, fruto de Su hermosa obra en la cruz. Es claro que no es una invitación a “ser” sal; ¡YA ERES SAL!

No Dejas de Ser Sal

El versículo de Mateo 5:13 continúa: “Pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿Con qué se hará sal otra vez? Ya no sirve nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.” “Insípida” significa que ha perdido su sabor. La sal que se volvía insípida era inútil y se arrojaba a la calle. Algunos piensan que un creyente puede volverse “insípido” y dejar de ser sal.

Pero la verdad es que una persona “insípida” no es sal en absoluto; en otras palabras, es un no creyente. Entonces, ¿puede un creyente dejar de ser sal? ¡No! El creyente que afirma dejar de ser sal es porque nunca lo fue verdaderamente; nunca fue un verdadero creyente. Si te preguntas: “Yo sé que soy creyente, pero no estoy viviendo como sal”, entonces, querido hermano, eres un desobediente. “El que crea estar firme, mire que no caiga.”

Aplicación:

La función bíblica de la sal, en lo que a nosotros respecta como creyentes, es:

Es importante destacar que comportarse como sal no es ser religioso o legalista. Se trata de una preocupación genuina por agradar a Dios con tu vida, vivir como Él desea para la alabanza de Su gloria (Isaías 43:7). Debe ser un deleite desear vivir una vida así, en pureza y santidad, recordando que fuimos apartados. No se trata de perfección, sino de una imitación diaria de Jesús.

A menudo nos comportamos como el mundo, persistimos en nuestro pecado y no vivimos como lo que somos: la sal del mundo, lo que nos convierte en desobedientes. ¿Estás viviendo de la manera que Jesús describe, de forma pura y como testimonio para los demás? ¿Estás abrazando el llamado de Dios? ¡Eres sal!

Jesús nos dice quién es un hijo de Dios. La pregunta no debe ser: “¿Por qué lo estoy haciendo mal?”, sino más bien: “¿He nacido de nuevo?”. Te pregunto: ¿Eres un creyente o un desobediente? Hermanos, si queremos predicar el evangelio, debemos hacerlo, pero primero debemos vivirlo, de lo contrario, será una mentira en nuestra vida. Si luchamos contra el pecado, pero no nos esforzamos en cumplir Su Palabra, no somos sal.

Así, comenzamos a diferenciar entre lo que es sal y lo que no es sal. Hay quienes sufren por agradar a Dios y hay quienes sienten deleite en obedecerle. En este pasaje, vemos lo que somos en el mundo, y lo primero es que somos sal.

 

El Testimonio del Creyente: Luz del Mundo

 

Ahora, pasemos a la luz. Ya comprendemos que Jesús nos recuerda nuestra identidad en el mundo, y por ende, nuestro andar diario como creyentes debe ser como el de la sal: en pureza, en santidad. En pocas palabras, la sal nos habla de nuestro carácter. Pero la luz nos habla de nuestro testimonio en el mundo.

El mundo necesita ambas cosas: penetración (carácter) e iluminación (confesión), es decir, Sal y Luz. Como creyentes, nos distinguimos del mundo por nuestra forma de vivir, no porque seamos inherentemente diferentes, sino porque lo que nos ha hecho diferentes es Jesús.

Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar” (Mateo 5:14 RV1960). Jesús afirma con contundencia: “USTEDES SON LA LUZ DEL MUNDO”, refiriéndose a ti y a mí como creyentes. Es la maravilla del evangelio. Es hermoso entender que somos luz, que somos guías para aquellos que no ven y luz para aquellos que aún permanecen en la oscuridad, es decir, para quienes no han conocido a Dios. E incluso para aquellos creyentes que están en desobediencia, somos un llamado al ánimo y a la corrección. No somos perfectos, podemos fallar, por eso la necesidad de animarnos mutuamente. Pero lo hermoso es que la luz se hace notar porque lo ilumina todo.

A menudo, como creyentes, pensamos que este llamado es solo para algunos, pero no es así; es para todo aquel que ha creído en Jesús como Salvador.

 

La Luz No Se Puede Ocultar

 

Jesús mismo ilustra lo que significa llamarnos la luz del mundo, utilizando dos ejemplos para que entendamos que seremos vistos y no podremos escondernos:

Primero, habla de una ciudad situada sobre un monte o una colina. Esta ciudad está en un lugar elevado, visible para todo el mundo, y no puede esconderse. Piensa en Monserrate en Bogotá, ubicado en la cima de una montaña, visible desde casi toda la ciudad. Si quieres ubicar el centro de Bogotá, simplemente miras hacia Monserrate.

Hermanos, de la misma manera, al ser Luz, estamos en un lugar donde todo el mundo nos ve. Hay algo diferente en nuestra vida que nos hace brillar, y ese “algo” es el evangelio de Jesús, es Dios quien es nuestro Dios. Por lo tanto, tenemos una inmensa responsabilidad, porque parte de nuestra identidad como creyentes es vivir de la manera en que Dios nos guía a hacerlo: en obediencia a Él, en fidelidad a Su Palabra, siguiendo el mejor ejemplo que podemos tener: Jesús mismo.

Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá luz toda la vida” (Juan 8:12 RV1960). Aquí Jesús confirma lo que nos dice en el Sermón del Monte de Mateo: aquel que le sigue, que cree y pone su fe en Él, no andará en tinieblas, sino que tendrá luz. Pero esto conlleva una gran responsabilidad. En pocas palabras: tu testimonio.

Ya podemos ver que, al ser luz, estamos en un lugar donde todos nos pueden ver, donde no podemos escondernos, porque nuestra vida debe ser de testimonio para todos: para quienes no son luz y para quienes están en desobediencia.

Jesús da un segundo ejemplo: “Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa” (Mateo 5:15 RV1960). Nadie enciende una lámpara para ocultarla debajo de una vasija o una canasta. Al contrario, uno la coloca en un lugar alto, sobre un candelero, para que ilumine toda la casa. En aquel contexto, no existía la luz eléctrica; las lámparas eran esenciales en la oscuridad de los hogares. ¿No te ha pasado que se va la luz y tienes que encender una vela, la cual colocas en un lugar alto para que ilumine la habitación?

Hermanos, al igual que esa lámpara en un lugar elevado, al ser la luz del mundo, estamos en una posición donde nuestro testimonio es de vital importancia, porque todos están observando.

  1. Tu forma de vivir debe reflejar lo que eres: LUZ. No debe pesarnos dar testimonio; es algo natural. Si verdaderamente estás viviendo para Dios y Su Palabra, serás testimonio.
  2. Tu testimonio será visto por todos. Cuando tu vida cambió al pasar de muerte a vida, ya no eres como antes; ya eres luz, y tu vida sin duda se transforma. La gente lo notará, porque es lo que Dios hizo: Él cambió nuestra vida, y ahora somos un testimonio vivo de Su obra.

Seguramente la gente notará muchos cambios en nuestra vida, y lo que debe ocurrir es que, a través de nuestro testimonio, sean impactados, no por nosotros mismos, sino por quién es Dios y lo que ha hecho en nuestra vida. Esto también aplica a nuestros hermanos en la iglesia. Si nuestro estilo de vida es conforme a lo que Dios pide, muchos que viven en desobediencia serán exhortados y animados por Dios para que, de verdad, vivan como Luz.

Nuestro testimonio no es para salvar a otros; es un ejemplo de que nuestra vida está guiada por Dios para Su gloria. El testimonio enfatiza que somos luz.

 

Nuestro Testimonio Glorifica al Padre

 

El versículo 16 de Mateo 5 nos dice: “Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen al Padre que está sentado en los cielos” (Mateo 5:16 RV1960).

Hermanos, así como nuestra luz se hace notar, será vista por todas las personas a nuestro alrededor, creyentes o no creyentes. Esto nos confiere una gran responsabilidad: iluminar de una manera que glorifique a Dios.

Como luz, nuestra manera de vivir es diferente a la de los demás. Todas las acciones que realizamos como luz son el resultado de una transformación que Dios obró en nuestra vida al hacernos luz, y las hacemos con amor, para Su gloria:

Todas estas características las encarnó Jesús. Y todas estas acciones que hacemos, en respuesta a la obra de Dios en nosotros, serán vistas, y Dios se llevará toda la gloria. La transformación que Dios hizo en nosotros es para Su GLORIA.

Conclusión

Hemos explorado cómo el carácter y el testimonio son fundamentales e importantes en la vida del creyente, pues definen quiénes somos tú y yo. Es crucial que vivamos de acuerdo con esto. A menudo, pensamos en “misiones” de forma abstracta, pero ¿qué hay de mi propia vida? ¿Está mi vida en armonía con lo que el evangelio representa?

Mi vida debe reflejar lo que soy, lo que el evangelio ha obrado en mí:

Aplicación: Hermanos, ahora es el momento de reflexionar sobre cómo estamos viviendo. Debemos preocuparnos por nuestra manera de vivir y abrazar el llamado de Jesús a una vida de pureza y de testimonio ante los demás.

Si no estás viviendo de esta manera, si persistes en el pecado y no te importa, déjame decirte que no eres un creyente (eres insípido y no eres luz). O tal vez estás batallando por vivir como Jesús nos enseñó, pero te encuentras en constante desobediencia. Hermano, es tiempo de confesar tu pecado y pedirle a Dios que te ayude genuinamente a vivir de la forma que Él desea.

Las misiones comienzan en nuestro propio corazón, siendo lo que Jesús nos pide que seamos: Sal y Luz en un mundo muerto por el pecado.

 

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